La televisión, ¿informa o desinforma?

La ya archinombrada «Sociedad de la información» se institucionalizó en los años setenta y pretendía convertirse en una estrategia operativa, a nivel técnico y comercial, de los principales países industriales. Después, con la germinación de una nueva sociedad computerizada y la irrupción de ciertas creencias tecnodeterministas, llegó la “Sociedad del conocimiento”. Había que diferenciar entre “información” y “conocimiento”, siendo lo primero un instrumento para lo segundo.

La UNESCO definió el concepto de sociedades del conocimiento como algo que “va más allá de la sociedad de la información ya que apunta a transformaciones sociales, culturales y económicas en apoyo al desarrollo sostenible. Los pilares de las sociedades del conocimiento son el acceso a la información para todos, la libertad de expresión y la diversidad lingüística”. Esta definición resulta utópica teniendo en cuenta que los intercambios de saberes a los que hace referencia no es lo que impera en los massmedia. Sino todo lo contrario: “la cultura de masas” se ha adueñado de ellos, sin olvidarnos de la preponderancia que ha adquirido la dimensión económica con el nacimiento de las industrias culturales. Mattelard en su texto La sociedad de la Información (cabe señalar que de prosa densa y algo rebuscada) afirma: “Globalmente, se puede decir que la innovación tecnológica se ha vuelto un arma decisiva en la guerra a la que entregan los grandes grupos para la conquista de mercados”. Al mismo tiempo la “Sociedad de la información” también se inscribe en un campo de fuerzas políticas.

Mattelard habla de la “alergia a la reflixividad” , porque mucho (mucho) tiempo después de los códigos medievales, de la imprenta Gutemberg, con el nacimiento de la civilización democrática y de la igualdad política y civil,  llegó la televisión para informar. ¿O más bien para desinformar?

En 1927, cuando la BBC realizaba las primeras emisiones de televisión, si alguien pensó que los ciudadanos a partir de ese momento estarían más informados, sólo tenía parte de razón. Es cierto que aquella caja cuadrada que se había instalado en las casas, delante del sofá, ha dado testimonio de los últimos acontecimientos históricos: la llegada del hombre a la luna, la caída del muro de Berlín, la guerra del golfo, los ataques a las torres gemelas de Nueva York… Pero la televisión, lejos de construir una sociedad informada, crítica y que piensa por si misma, se ha convertido en un medio para propagar la cultura de masas, la cultura de una sociedad global.

No se sabe muy bien qué se entiende por cultura de masas. Es un concepto genérico y ambiguo; pero la idea de una cultura compartida por todos, producida para que se adapte a todos y elaborada a la medida de todos, ya es aberrante. Se trataría más bien de una anticultura. Si todo el mundo ve las mismas películas, los mismos programas televisivos o, incluso, los mismos informativos, todo el mundo pensará igual. Al escribir la palabra “mundo” es evidente que es exagerado. Si lo positivo de la “Sociedad de la información” es que el conocimiento puede llegar a un gran número de personas, esto sólo ocurre en los países industrializados. Como menciona Mattelart en su artículo: ni siquiera la tercer parte de la humanidad dispone de electricidad.

Intentar conocer la verdad mientras difunden mentiras, creer las mentiras que cuentan o creer en opiniones contradictorias. Al final, uno puedo tener la sensación, al  ver un informativo televisivo, que resulta ser lo mismo saber o no saber lo más aproximado a la más que deseable verdad. La información primero se masifica  y luego se clasifica teniendo en cuenta quien la transmite (partidos políticos o grupos editoriales y de comunicación), y el espectador (o el lector) debería saber discriminarla y ser consciente de que son consumidores de productos que lucran a estas empresas (por no mencionar la función de la publicidad en el medio).

En las luchas y reivindicaciones contemporáneas en el campo cultural las nuevas tecnologías, sobre todo las redes sociales, han servido para promover y organizar el derecho a la información de los ciudadanos. Resulta difícil pensar que la televisión pueda ser también un instrumento para el cambio social. En cambio, en las nuevas herramientas sociales se dan múltiples expresiones de una nueva filosofía de acción colectiva sobre la gestión de los bienes comunes (cultura, educación, sanidad, medio ambiente…). Aunque no hay que olvidar que Internet también es un medio de control de grandes empresas que regogen datos y más datos de forma incansable.

Nadie escapa al medio ni siquiera quien lo critica, puesto que lo hace a través de él. En la televisión, la radio, el periódico, Internet… porque lo que debe prevalecer es la difusión de la cultura sobre los mecanismos de mercado. Groucho Marx dijo: «Encuentro la televisión muy educativa. Cada vez que alguien la enciende, me retiro a otra habitación y leo un libro«. Sólo cabe esperar que quién lo haga, y siga su ejemplo, intente no leer los superventas.