El caos y la incultura

Internet es un sistema dinámico, abierto y caótico. Un espacio aparentemente óptimo para la creatividad colectiva.  Entendemos por  “caos”, un conjunto de acontecimientos aparentemente aleatorios, aunque quizá exista un orden oculto dentro de él. El caos es estable y, al mismo tiempo, cambiante. La teoría del caos (aquella que afirma que el aleteo de una mariposa en Hong Kong puede provocar una tormenta en Nueva York) se convierte en una metáfora cultural que inspira a cuestionar creencias e incita a formular nuevas preguntas sobre la realidad que nos envuelve. Aunque exista una obsesión en el mundo por el poder, y éste se divida en controladores y controlados; la idea de control en realidad no es más que una mera ilusión. Pero, a través del caos, un pequeño grupo o un individuo puede influir sutilmente a nivel mundial. El paradigma hipertextual se puede entender a través de la teoría del caos. En la sociedad del conocimiento prima la información digital. Un sistema inscrito en un contexto caracterizado por la globalización, la complejidad, la incertidumbre y la integración de lenguajes y medios. Internet y las TIC han sido llamadas la “aldea global”, la “sociedad red”, incluso comparadas con el mismísimo aleph de Borges o con la Biblioteca de Babel; pese a sus detractores, tal y como Gonçal Mayos afirma en el libro, La sociedad de la ignorancia: «Vivir fuera de la sociedad del conocimiento tal vez sea tan duro y, a la larga, tan imposible, como lo fue vivir fuera de las sociedades que se basaban en el fuego, la agricultura, la escritura o la industria”. En la sociedad del conocimiento, por paradójico que resulte, una de las consecuencias imprevistas de Internet y las TIC es el riesgo de incultura. La evolución cultural (que incluye la tecnológica) se ha transformado más aceleradamente que la evolución biológica. Zygmunt Bauman afirmó un dato vertiginoso, que de deja sin palabras: los correos electrónicos enviados en todo el mundo durante el año 2006 superaban todas las palabras pronunciadas por el ser humano desde el origen de los tiempos. Ningún individuo puede competir con el ritmo hiperbólico de la producción de información, así que su éxito entraña el destino de condenarlo a la incultura. Ante el panorama de una red sin límites, cabe preguntarse: ¿Está el ser humano preparado para entender lo infinito? Es probable que su naturaleza mortal, limitada y finita obstaculice la comprensión.

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